En el corazón del año en el que vivimos, la mayoría de las personas habita un ecosistema de hilos de cobre y de sílice. Las carreteras de la información representan el emplazamiento perfecto para la consolidación de puntos de encuentro de millones de individuos para la construcción de comunidades, y tal como son, con sus regiones de oasis y de tinieblas; nos ofrecen a los agentes de la cultura un suelo fértil para ser explotado.
Este ecosistema en constante mutación es la web 2.0, una construcción que, a diferencia de la primera versión de internet, implica que los usuarios no sólo tengan la posibilidad de consultar contenido, sino también producirlo. Es así como la versión 2.0 es una red participativa, y los portales típicos de intercambio de información por excelencia son las redes sociales.
Este panorama en el que el consumidor de contenido comienza a tener un intercambio activo nos revela una figura hasta ahora desconocida, el prosumidor.
Este término es un anglicismo que reúne los conceptos de consumir y producir contenido a la vez. A diferencia que en la era de la televisión, los usuarios ya no sólo se ubican frente a la pantalla sin mayores posibilidades de elección sobre lo que ven y sin que su propia voz pueda manifestarse en su entorno informático.
Este cambio de perspectiva ha permitido la detonación de un fenómeno “democratizador” de la información que tenemos a la mano y nos ha dado cierto poder para distribuir nuestros pensamientos.
Este paraíso que acabo de pintar obviamente no es tan perfecto y más adelante veremos cómo desde otro punto de vista puede parecernos una fantasía distópica pronosticada por Orwell. Sin embargo, desde una postura un poco optimista, e incluso oportunista, Las redes sociales son un campo arado listo para que los agentes de la cultura sembremos y cosechemos los frutos de un mundo interconectado.
Después de este brochazo que nos contextualiza En el aquí y el ahora de los unos y ceros, ¿para qué nos pueden servir las redes sociales? Muy superficialmente es posible contemplar tres frentes de comunicación, divulgación y circulación y uno de producción que los diferentes agentes de la cultura pueden aprovechar para distintos fines.
Mostrarse al mundo
La primera área en la que podemos sacarle el jugo a las redes sociales es sin lugar a duda, mostrando un abrebocas de lo que nosotros mismos hacemos. Los portafolios y maquetas siguen abandonando los formatos análogos para subirse a la nube y no sólo por un asunto económico y ecológico.
La posibilidad de compartir con nuestro círculo cercano y que también desconocidos de cualquier parte del mundo puedan descubrir lo que con tanto empeño hacemos es razón más que suficiente para querer inundar plataformas como Instagram, Behance, Sounclud, Youtube, Tumblr, o Flickr con nuestros proyectos más frescos.
Cabe aclarar, y más adelante lo reiteraré, que tampoco es bueno exagerar, y que desconocer el funcionamiento de las plataformas puede costarnos más que un dolor de cabeza si nos damos cuenta de que es perfectamente legal que una multinacional se lucre con nuestro trabajo y que no podamos hacer nada al respecto.
Haciendo contacto
Dejando de lado esta cara aterradora que nos amenaza cada 5 párrafos, el segundo frente de trabajo en las redes sociales es el de establecer comunicaciones tanto con el público, como con colegas y con instituciones.
La comunicación es el non plus ultra de los usuarios de las redes sociales. Más allá de compartir vivencias, es el no sentirnos solos y desconectados lo que impulsa a la mayoría de gente a iniciar sesión.
Descubrir y ser descubiertos es una actividad que llena de placer a nuestros cerebros y el contacto que podemos establecer con diferentes personas e instituciones es precisamente el aliciente que sostiene el crecimiento pronunciado de las redes sociales.
Más allá de enterarnos de lo que está pasando en museos, escuelas y centros culturales, y de lo que están haciendo nuestros colegas y de forjar vínculos y colaboraciones, una de las áreas que más nos puede aportar la web 2.0 es la del diálogo con el público.
Este no sólo existe como comentarios y mensajes privados en el inbox, sino también en forma de número de likes y de estadísticas más concretas que ofrecen algunos servicios.
Estas herramientas de marketing pueden incluso ayudarnos a determinar y analizar el comportamiento del nicho cultural que pretendemos habitar, y por lo tanto, es válido apoyarse en los números para definir aspectos determinados de nuestra obra.
Pero el contacto con el público no termina en forma de cifras y porcentajes. Las redes sociales son el lugar óptimo para que artistas, y en especial entes culturales puedan trabajar en la formación de públicos, un área de la cultura indispensable para la construcción social.
Esta labor se realiza especialmente mostrando información que complementa la experiencia estética, muchas veces aportando un sustrato conceptual que va a consolidar el lazo del espectador con el emisor del mensaje.
Un ejemplo de esta faceta son las publicaciones relacionadas con el proceso de producción de una obra, lo que permite al público entender las vías de desarrollo que sigue nuestro trabajo y despertará la empatía, lo que inevitablemente nos lleva al siguiente estadio.
Luego de un buen recorrido dentro de una red social, comenzará a gestarse la comunidad. Este punto se alcanza cuando hemos generado una vinculación afectiva del contenido que publicamos con el público al que llegamos.
En un contexto tradicional, este momento representa el instante Enel que los visitantes de un museo se han apropiado de sus espacios y comienzan a ser visitantes frecuentes de las exposiciones propuestas.
Para los términos del marketing de internet se usa un anglicismo como no podía ser de otra manera. El engagement muchas veces usado como uno de los indicadores más importantes dentro del análisis del comportamiento del público.
Monetización y formas de ganar dinero como artista
La tercera vía por la que podemos hacer uso de redes sociales implica transacciones electrónicas, y no me refiero a comprar seguidores sino a cómo podemos monetizar nuestro esfuerzo vía internet.
Esta no es una guía para convertirnos en millonarios de la noche a la mañana gracias a Instagram, es más una mención de algunos de los métodos que tenemos a disposición para poder conseguir un dinero no siempre tan fácil como aparenta ser.
En primer lugar y si nuestro objetivo en redes sociales es el lucro, debemos procurar vender directamente nuestras obras, productos y servicios. Una tienda online es cada día menos un lujo y más una necesidad, y son instaladas en los sitios de creadores de todos los niveles y de todas las disciplinas.
Otra de las vías para monetizar nuestro esfuerzo en redes sociales es el uso de plataformas heredadas y reformadas para la web directamente del renacimiento. El mecenazgo ya no sólo puede ser ofrecido por ricos aristócratas, sino que puede ser obtenido a través de sitios como Kickstarter, o específicamente para creadores, Patreon, cofundada en 2013 por el músico Jack Conte (más conocido por sus videos virales en YouTube con su dúo Pomplamoose).
La publicidad es una forma más para recibir ingresos, sin embargo, depende sobre todo del volumen de visitantes que una persona pueda tener en sus perfiles. La fantasía dorada de la generación Z es poder vivir como influencer. Es una vía aceptable, pero el trabajo es arduo y no es tan inocente como parece ser.
El Web Art y el arte para redes sociales
Retomando los frentes de los que hablaba, la vía de producción requeriría una saga completa de artículos, por lo que sólo puedo anotar que las redes sociales son lienzos en blanco sobre los que podemos trabajar directamente como medio plástico. Las posibilidades tecnológicas para fundar obra en una u otra plataforma han llevado a poner en marcha proyectos culturales enfocados en la web 2.0.
Las estrategias
En este momento surge la incógnita de cómo debemos proceder en las redes sociales
Cada una de las plataformas tiene sus propias características y algoritmos que serán mejor aprovechados con la creación de contenido a medida. Sin lugar a duda, no es lo mismo realizar un tweet que publicar un vlog, por lo que es necesario conocer el funcionamiento de las redes que escojamos y la manera en la que nos aporta cada una de ella desde nuestras disciplinas.
De igual forma, la regulación de derechos de autor nos puede hacer tropezar en ocasiones, por lo que aquí tenemos una nueva razón para crear contenido específico para cada plataforma.
La web 2.0 está migrando a la 3.0 consistente en una inmersión multimedial en la red. La condición multimedia de las redes sociales en la actualidad nos exige apoyarnos en la imagen, el texto, el sonido y el video, por lo que no está demás indagar en cada una de estas áreas, llamar a un amigo y abrir el espectro de conocimientos más allá de la disciplina que tengamos.
El lado oscuro de las redes sociales
Sin embargo no todo lo referente a redes sociales es el paraíso en la nube. Todo usuario de las diferentes plataformas debe ser consciente de que se está dando de alta en un servicio en la mayoría de los casos privado y que tiene unas dinámicas propias de generar ingresos con cada nuevo usuario.
Los modelos de negocio de estos gigantes no interpretan a los usuarios de las redes como los clientes sino más bien como la mercancía. Los ingresos de las empresas de la web 2.0 provienen especialmente del manejo de los datos que cada uno de los usuarios ofrece a las plataformas una vez acepta que su información personal sea usada para bien o para mal.
Finalmente los clientes reales serán terceros que pagan por acceder a la enorme base de datos que se alimenta con cada sign up con fines que van desde hacer una inocente campaña de divulgación de un evento cultural, hasta establecer el distópico control sobre la población de un estado, tal como ya se está cocinando en algunos países del mundo.
En general, los usuarios de las redes sociales no son conscientes de las condiciones del servicio que están aceptando recibir. Los volúmenes de texto con lenguaje técnico que las condiciones de servicio son una muralla infranqueable para la mayoría de mortales, y sólo algunos pocos obsesionados por la legislación web tienen la paciencia de leer cada uno de los cientos de párrafos antes de querer publicar una selfie. Esto es especialmente delicado cuando las edades de ingreso a las redes sociales aminoran a cada instante.
Una vez adentro, no hay mucho que hacer, salir no sólo implica perder lazos de contacto con nuestra comunidad, sino también abandonar un poco el control de la impronta que hemos dejado en la superficie de internet.
Realmente es casi imposible escapar de los sistemas de vigilancia que nos someten a entregar nuestros datos. Por un lado, las empresas de redes sociales cada día son más grandes y absorben servicios sin los que no podríamos comunicarnos adecuadamente en la plenitud del siglo XXI. Desde otro ángulo, al ser ciudadanos de un estado estamos sujetos a una red burocrática que nos censa cada vez que necesitamos de ella. Es así como la única vía de escape es nacer crecer y morir en una ermita.
Más allá de alarmarnos por la inevitable invasión, queda en nuestras manos apropiarnos de los recursos de los que disponemos de manera consciente y responsable.
Las preguntas y discusiones que genera el encuentro de arte, cultura y redes sociales dan para ríos de tinta, y en teste contexto, de unos y ceros. Sin embargo, nada nos impide como prosumidores sacar el mejor partido de las apps y plataformas disponibles al final de nuestros dedos.